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�QUI�N CUIDA A LA CUIDADORA?


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REPARTIR EL CUIDADO PARA NO DESCUIDARNOS

<Soledad Murillo,Socióloga, Coordinadora programa Doctorado en Estudios Interdisciplinares de Género de la U. de Salamanca. Autora, entre otras obras, de "El mito de la vida privada" Ed.Siglo XXI,Madrid 1996>

Dado como est� programada nuestra esperanza de vida, queramos o no, nos tocar� cuidar a otros. Por una parte, el sistema sanitario considera un triunfo prolongar nuestra estancia en este mundo, no importa como, porque es la durabilidad y no la validez la que marca el �xito m�dico. Por otra parte, el hecho de que un individuo pueda satisfacer sus necesidades m�nimas, queda como un tema de segundo orden y en caso de tener alguna implicaci�n, �sta ser� solucionada con las mujeres de su entorno: nueras, hermanas, madres, hijas, compa�eras o, en su defecto, deber� contratar a otras mujeres.

Mujeres, siempre mujeres.

Los cuidados se asignan tempranamente a las mujeres en su ciclo de vida y permanecen activos como tarea en todo el proceso de reproducci�n social, hay que entender la reproducci�n como un conjunto de habilidades organizativas que posibilitan la supervivencia de los seres humanos. Es decir, que todos y todas, nos hemos beneficiado del cuidado de otras mujeres. Es en la familia donde se inaugura el aprendizaje de cuidar y ocuparse de los dem�s. Si yo les invitara a recordar qui�nes son las personas que permanecen en casa cuando acontece una enfermedad o contratiempo, o asumen el rol de madre si el padre se queda viudo, seguramente dar�amos con esas mujeres que han permanecido solteras, cercanas a la familia, pensadas desde siempre para cuidar a sus mayores.

Denominarnos hombres y mujeres pasa por una progresiva construcci�n e interiorizaci�n de modelos masculinos y femeninos. El discurso social nos dota de una memoria cuyos ingredientes en muchas ocasiones nos amordazan tanto a hombres como a mujeres. Los cuidados y responsabilidades van incluidos en la biograf�a del sujeto. El dolor est� imbricado simb�licamente en el g�nero femenino, desde la maldici�n b�blica, como necesario desde el parto hasta las hist�ricas habilidades femeninas: el tejido, el gobierno del hogar y el cuidado de los hijos. Para el var�n queda reservado transformar la naturaleza, el trabajo - con esfuerzo - y su destino de velar -cuidar- por el sustento de su familia.

Cuando aparece la enfermedad hallamos a un sujeto femenino tan volcado en la salud del otro como descuidado en la suya propia. La mejor�a o deterioro de aquel que enferma ha ocupado totalmente su pensamiento: no hay lugar para otros contenidos. El cuidado masculino, en la otra orilla del significado, se concreta a trav�s de un discurso mediatizado por el saber: las profesiones masculinas de atenci�n as� lo atestiguan.

Seg�n la OIT, para la recuperaci�n de la fuerza f�sica y mental, es particularmente importante disponer de un tiempo de ocio claramente diferenciado del tiempo de actividad. Sin embargo, si alguien padece una enfermedad ,el tiempo de cuidado absorbe el tiempo de descanso de quien le cuida: la prioridad es absoluta porque la enfermedad, cuando sucede en el dominio hospitalario, va acompa�ada de un fuerte sentimiento de indefensi�n. En estas circunstancias (cuando el cuidado es delegado), la actuaci�n del cuidador no se define por su presencia en el espacio: dentro/fuera del hospital o cerca/lejos de la cabecera de su cama: el sujeto que cuida, en una s�ntesis especial geom�tricamente imposible de localizar, sigue cuidando y supervisando el cuidado desde cualquier lugar y momento. Los tiempos m�nimos de descanso se utilizan para organizar los pr�ximos cuidados o emitir respuestas a la masa de familiares y amigos que se interesan sobre la evoluci�n del enfermo. Cuando la responsabilidad del cuidado se ha delegado (subcontratado) ha provocado, especialmente en las mujeres, un progresivo sentimiento de culpa y una tendencia a paliar estos problemas aumentando la compatibilidad entre el tiempo profesional y el tiempo de cuidado. Ser�a muy interesante analizar las relaciones que se crean entre las mujeres designadas como responsables y aquellas, tambi�n mujeres profesionales, que son contratadas para la atenci�n al enfermo en el propio domicilio -pr�cticas que van en aumento progresivo al disminuirse las estancias en los centros hospitalarios-.

El cuidado se confabula con la l�gica del desprendimiento de s�: todo gira en torno a quien nos lo reclama. Cuando se cronifica ,termina por saquear en tiempo y dedicaci�n a quien lo prodiga. La filantrop�a y la caridad est�n imbricadas en el simbolismo del espacio p�blico que les fue concedido a las mujeres. A diferencia del voto, la filantrop�a puede considerarse una extensi�n de lo dom�stico. El sacrificio no es visto como un don voluntario y muestra de reconomiento, sino como una obligaci�n o bien como un instrumento de control.

Paradojas

�Qu� paradojas se dan cita en el tema del cuidado?: Si la asunci�n del cuidado, por parte de las mujeres, fuera una elecci�n racional, �ste podr�a ser negociado con otras personas implicadas, ser�a posible dosificar las atenciones y la presencia., pero la realidad es que para ellas resulta imposible desvincularse de la adjudicaci�n cultural de �sta responsabilidad. Sin embargo, socialmente, la obligaci�n de cuidar tiende a contemplarse como una acto voluntario y as� queda recogido administrativamente. Por poner s�lo un ejemplo: ninguna alumna que tenga responsabilidades familiares podr� beneficiarse de un cambio de grupo frente a alguien que presente un contrato de trabajo.

Por otra parte, cuidar es incompatible con la individualidad, no hay lugar para ser una misma; la enfermedad, la atenci�n, el deterioro ganan la partida -no en balde se empe�aron los que no cuidan en hablar de la excelencia del sacrificio, de la entrega, de la renuncia, como unos atributos femeninos impagables-. Cuando las circunstancias son cr�ticas se activan las relaciones del cuidado y las mujeres, a pesar de esta renuncia a s� mismas, se entregan incondicionalmente obligando al que lo recibe, en justa correspondencia, al agradecimiento y la deuda. No importa lo que haya sucedido en la biograf�a de un sujeto, su enfermedad es una cita inexcusable. Por ello, puede llegarse a la paradoja de que resulta muy dif�cil no dejarse cuidar, desde un c�digo de atenci�n establecido de antemano que arrincona la propiedad de s� del sujeto.

Cuidar s�, pero qued�monos con lo mejor del cuidado, con la compa��a, la conversaci�n, la calidez de un contacto y REPARTAMOS el cuidado penoso, es decir, aquel que nos deja exhaustas: el seguimiento m�dico, el papel sanitario de administrar medicamentos, cuando no de cambiar pa�ales, poner sondas, o asistir en m�ltiples tareas. Ese cuidado que representa la infraestructura y que produce efectos no deseados (malas caras, malos modales, por parte de quien cuidamos), ese cuidado, exige ser compartido.


LA IMPRESCINDIBLE CONTRIBUCI�N DE LOS SERVICIOS SOCIALES A LA SALUD DE LAS MUJERES

<M� Merc� Canet i Ponsa, Soci�loga y Trabajadora Social. Instituto Catal�n de la Salud >

Descripci�n de la necesidad

Actualmente observamos que, debido a las transformaciones sociales que se est�n produciendo en estas �ltimas d�cadas, algunas de las funciones que ejercen tradicionalmente las mujeres en cuanto al cuidado de las personas se van convirtiendo, cada vez m�s, en demandas a los Servicios Sociales.

A mayor n�mero de prestaciones, o mayor calidad de las mismas, las mujeres se van liberando de las cargas m�s pesadas de lo que representa "cuidar". Por lo tanto los Servicios Sociales desempe�an el papel de cuidar a la cuidadora. Ciertamente el hecho de que exista el concepto de "descarga familiar" ya es un avance social importante que demuestra que hay una carga de la que alguien se libera, y la mayor�a de las veces qui�n se descarga es una mujer: "la mujer cuidadora".

.Adem�s, los servicios de ayuda a domicilio evidencian la existencia de esta carga continuada y, al monetarizar el trabajo de la trabajadora familiar, visibilizan, tambi�n, la existencia de un trabajo continuado no monetarizado.

As� pues, las consecuencias que se derivan de esta transformaci�n gradual son varias: Por una parte, es evidente que compartir el trabajo con la trabajadora familiar permite a la cuidadora descansar y poder liberarse durante un tiempo de la presi�n que supone estar permanentemente pendiente de otro, reduce la ansiedad de vivir en soledad todo el proceso y todo ello favorece positivamente su salud. Y lo mismo podr�amos decir con respecto a otras prestaciones tales como el Servicio de Alarma Telef�nica, que permite a la persona necesitada de cuidados poder continuar con una vida independiente por un periodo m�s largo, as� como las ayudas econ�micas para el cuidador, los centros de d�a y en algunos casos las guarder�as.

Por otra, estos servicios hacen emerger las tareas del "Cuidar" a la parte productiva (monetarizada) de la organizaci�n social. Nos permiten ver que dentro del mercado existe una necesidad que al dejar de estar cubierta de forma gratuita (en aras de las obligaciones propias del ser mujer) pasa a ser cubierta como una necesidad m�s, sujeta a la propia ley de mercado (oferta-demanda).

Y, finalmente, los Servicios Sociales no solo act�an como apoyo en las tareas de cuidar a la cuidadora sino que tambi�n act�an como servicios protectores: Las complejas relaciones de familia y la obsoleta legislaci�n civil y penal han dejado durante mucho tiempo a las mujeres en una situaci�n de indefensi�n ante los malos tratos. Desde los Servicios Sociales aparece ahora un incipiente recurso para poder hacer frente a esta problem�tica. La aparici�n de Servicios de Acogida a las mujeres y los lugares de refugio temporal han evitado mayores males en materia de salud f�sica y ps�quica de la mujer y han sido y son un primer intento de atajar un problema de gran complejidad social.

La realidad de los servicios sociales

Cuando entramos a analizar la realidad y efectividad de los Servicios Sociales nos encontramos que, por una parte, las estad�sticas nos dicen que la demanda va en aumento, y en cambio, por otra, vemos que la respuesta institucional suele estar condicionada no por esta demanda sino por la dotaci�n presupuestaria, las infraestructuras y por los servicios ya existentes. Una buena muestra del estado de la cuesti�n son las largas listas de espera para ingresos en residencias de personas mayores o discapacitadas, mientras que los servicios de atenci�n domiciliaria son todav�a escasos y con funciones muy limitadas.

Nos encontramos, pues, que los servicios sociales de nuestro pa�s est�n a�n en una situaci�n de precariedad, debido fundamentalmente a la escasez de servicios, las magras prestaciones econ�micas y un sistema demasiado r�gido con respecto a las valoraciones y a la cofinanciaci�n de las prestaciones.

Por tanto ser�a necesario un replanteamiento de las pol�ticas sociales con respecto a la mujer teniendo en cuenta los siguientes aspectos:

o Las circunstancias individuales y familiares de la persona que precisa de los servicios sociales: posici�n socioecon�mica, sexo, el estado civil u opci�n familiar (reconociendo la pluralidad de modelos familiares que se dan en la acualidad). Por ejemplo, en el caso de una mujer o un hombre sin pareja estable o que no ha tenido descendencia, la familia tiene unas dimensiones sensiblemente diferentes a si ha vivido la etapa adulta dentro de una familia convencional.

o No hay que perder de vista, sin embargo, que decir que existe una familia convencional detr�s de la persona necesitada de cuidado significa que hay mujeres para cuidarla. Por tanto es necesario un cambio de valores en la sociedad que favorezca un reparto del cuidado mas igualitario entre hombres y mujeres.

o Por otra parte, respecto a los programas de atenci�n psico-social y socio-sanitarios a la persona necesitada o como apoyo a la cuidadora/or -ya sean a nivel primario (prestaciones a domicilio) como intermedio (centros de d�a)- es necesario evitar pensar que la problem�tica es solo individual o familiar, pues dichas problem�ticas son sociales y por tanto requieren de medidas pol�ticas preventivas y de acci�n directa.

o El aumento de las enfermedades cr�nicas requiere desarrollar m�s el "Cuidar" que el "Sanar", lo que hace necesarias acciones conjuntas entre los Servicios Sanitarios y los Servicios Sociales mediante programas interdepartamentales, potenciando una mayor intervenci�n de los dos sistemas para poder ofrecer un mayor soporte a las familias (en su caso a las mujeres cuidadoras) mediante un aumento o una nueva aparici�n de recursos espec�ficos tanto sanitarios como sociales.







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