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LA MIRADA VAMPIRA SOBRE EL CUERPO DE LAS MUJERES

<Soledad Murillo>
Soci�loga-Directora de la C�tedra de G�nero de la Universidad de Salamanca

1. Un cuerpo cautivo.
 

Durante el siglo XVIII nos secuestraron la raz�n, el producto estrella de la Revoluci�n Francesa. De nada servia haber luchado durante la contienda porque calmados los �nimos, ser mujer no permit�a acceder a la gloriosa condici�n de ciudadano. El siglo XIX se concentr� en aquellas recomendaciones que hac�an de nuestro deseo un lugar de pecado y culpa. Para saber sobre la honorabilidad de un var�n, no se le interrogaba a �l. No importaba su conducta, sino la de sus hijas y esposas, quienes podr�an mancillar el apellido familiar si se dejaban llevar por sus instintos. En el siglo XX, una vez que hemos participado en la democracia censitaria a trav�s de nuestro voto, nos vemos insertas en una persecuci�n de nuevo cu�o (no utiliza requiebros, injurias o exclusiones), sino que se obstina en facilitarnos todo aquellos consejos, productos, y magias que podr�n mejorar nuestro cuerpo. Un cuerpo que siempre a la luz de las recomendaciones observadas, parece ser de una imperfecci�n cr�nica. �Hagas lo que hagas, hay un remedio para mejorar!

Resulta una paradoja proclamarse ciudadana, cuando el cuerpo es un campo de correcciones y se transforma en un lugar del que me distancio para adaptarlo, liposucionarlo o volverlo del rev�s, como se (re)quiera. Es cierto, que habitar el propio cuerpo, con el sentimiento de sentirse due�a del mismo, es un hecho reciente para las mujeres. Si ha existido un consenso entre pensadores, m�dicos, sacerdotes, no importaba clase y condici�n, �ste se ha basado en la persistente sospecha sobre la malignidad del cuerpo femenino. Sus discursos no regatean explicaciones "cient�ficas" para validar sus teor�as, armadas bajo una �nica recomendaci�n: precaverse de la conducta de las mujeres. El cuerpo femenino ha sido blanco de las m�s sofisticadas afrentas: la Sof�a de Rousseau, la deshonra cristiana, el puritanismo, la teor�a freudiana (y su cat�logo de envidias), la doncella mancillada, la perfecta casada, todas estas prescripciones nos llevan a una severa petici�n: separarnos de nuestro cuerpo para domesticarlo, porque nosotras somos las primeras guardianas de sus fronteras. En todo proceso de crecimiento existe una alianza entre la experiencia y mi saber, pero si todo este proceso debe cribarse en aras a una auto observaci�n, no en el sentido de auto-contemplarse (que buena falta les har�a a las mujeres) sino de precipitarse a un duro examen: lo que "no tengo". De esta forma se entra en un discurso deficitario que toma el cuerpo como el lugar del especialista. Un cuerpo que siempre saca mala nota. Porque no cumple la regla fundamental: prohibido caducar.

2. Estrategias de persuasi�n.

La publicidad ha convertido a las mujeres en las portavoces de dolores y problemas (Blanca Mu�oz, lo cuenta muy bien: "padecemos en silencio las almorranas", "nuestra dentadura no se mueve. "Me siento libre y segura") y en el mismo instante, se ofrece una ingenier�a capaz de dise�ar im�genes en serie de unos cuerpos (las modelos, sanas y j�venes) que se presentan como referentes a imitar.

La primera estrategia es presentar un ideal, un cuerpo que dista mucho del que porta la mujer que observa la imagen propuesta. El ideal debe incorporar los suficientes puntos en com�n con la que mira, para que �sta intente "parecerse". La regla es complicada, primero buscar la autoexploraci�n: "la" contemplo para luego "examinarme". Segundo, superada esta prueba, debe surgir una mujer que rete al tiempo y, sobre todo -ah� est� el problema-, se rete a s� misma. Las desertoras est�n prohibidas. Hay que seducir al m�ximo. Gracias a un lenguaje cercano, utilizando el propio c�digo "femenino", un discurso maternal, incondicional. Te veas como te veas, puedes cambiar: yo estoy contigo.

Si bien cualquier sujeto que no logre alcanzar un modelo propuesto est� expuesto a generar cierto resentimiento o actitud envidiosa, propio del discurso de la "falta" frente al de la complitud, el lenguaje gr�fico y discursivo de las revistas de moda sabe como evitar semejante riesgo. Primero multiplican sus ofertas, la belleza, comparte espacio con los consejos para las mascotas, la jardiner�a, las recetas japonesas, o el punto caramelo. Un puzzle sin final, de esta forma se evita que la oferta sea demasiado espec�fica, adem�s para impedir que nadie deserte antes de tiempo se ofrecen todas las v�as posibles bajo el prisma de la extrema sencillez: simple y entretenido. �Qui�n da m�s? �C�mo sustraerse a la plenitud, cuando es tan f�cil llegar a conseguirla?: Adelgaza cinco kilos en una semana; Esculpe tu cuerpo en 10 movimientos; Trucos verdes para dormir de un tir�n; Resalta lo mejor: cremas correctoras una cadena interminable que cada lectora puede completar.

Lo que observamos en el papel couch� es un cuerpo cuya fachada es un icono: Todas las mujeres de papel se parecen entre s�, entonces �qui�n establece la difer�ncia?: las mujeres que "de carne y hueso" (m�s de "carne" que de hueso) que al observar y comparar-se, las mitifican. Nada es casual: las lectoras somos mujeres, compartimos anhelos y realidades comunes, por lo tanto, es viable que intentemos emular un arquetipo. El problema es el reto: cuanto m�s perfecto, m�s imperfectas nos percibamos. Es un juego de espejos, donde hay ganadoras y perdedoras. Las revistas postmodernas: Cosmopolitan, Elle, Vogue, Marie Claire, entre otras, no escapan a este esquema, distribuyen trucos que "aumentan" la autoestima, cuando no "elevan" pechos, o "refuerzan" culos: Siempre m�s alto, mejor, excelente.

Sin embargo, lo real, por el s�lo hecho de serlo, est� repleto de imperfecciones, de particularidades, en virtud de las cuales un individuo registra las caracter�sticas que lo revelen como �nico. En cambio, el icono es una tentativa que representa un modelo cl�nico.

La segunda estrategia radica en provocar una autopercepci�n troceada. No es oportuno vivenciarse "entera". De hacerlo, no estar�amos capacitadas para captar -en forma de receta- todas las partes que necesitan reparaci�n. Nuestra (auto) observaci�n pasa por desagregar y pormenorizar todo lo posible. El objetivo no admite dudas: habremos de escrutar, parte por parte, la totalidad de nuestra corporalidad. Antes hemos de saber muy bien cu�l es la diferencia entre el cuerpo auto percibido y el cuerpo deseado, esta l�gica forma un excelente binomio sobre el que mirar, catalogar, anotar y comenzar el proceso -laborioso, pero f�cil- del cambio prometido. No simplemente se lee, o se escucha un medio, es un ejercicio comparativo.

El repertorio de significados es elemental y se ha de empezar del siguiente modo:

1�: No me gusto a mi misma,
2�: No me parezco a las mujeres de papel couch�.
3�: El convencimiento de que "puedo" hacerlo
4�: La disecci�n: brazos, caderas, culo, senos, etc. A�adan lo que deseen. Una vez que cada una se vivencia "preparada" para iniciar el recorrido de perfectibilidad, s�lo queda localizar, clasificar y corregir.

Fij�ndonos s�lo en los signos alimenticios, observamos el orden que se precisa para completar con �xito la tarea:

l. Anotar lo que se come, o no se come. Confeccionar un diario de la ingesta.
2. Suplantar los alimentos por equivalencias, un alimento remite a un significado que no es el propio alimento, sino las calor�as contenidas en cada uno.
3. Juegos de sustituci�n: mejor el t� que el caf�, mostaza en vez de mayonesa.
4. Disciplinarse, organizarse, autoconvencerse.

Los ejercicios, no importa que sean o no satisfactorios, implican una decisi�n constante y act�an -tambi�n- sobre un cuerpo fragmentado; las m�quinas de los gimnasios trabajan discriminadamente sobre cada parte.

La fragmentaci�n bajo la exploraci�n de la mirada f�mina, detecta lugares, no son las caderas, sino su dimensi�n lo que hay que reducir, o ampliar. Parches sobre parches, hasta formar un bello Frankenstein.

3. �Ciudadanas?

Saberse ciudadano, no en el sentido otorgado en el siglo XIX, que fue testigo del establecimiento del sufragio y la democracia pol�tica, sino en la peculiaridad cotidiana de la participaci�n que hoy se reclama, parece no ser compatible con la paulatina, aunque, exitosa expropiaci�n del cuerpo de las mujeres. La ciudadan�a se ejerce en unos microcosmos como la pareja, las amigas, el hogar, el trabajo, y en un marco pol�tico con may�sculas. Y sus ingredientes apuntan a los nuevos pactos, a la inevitable necesidad de realizar negociaciones particulares, especialmente si pensamos en los nuevos cambios que d�a a d�a afrontamos en cualquiera de estos �mbitos. La atenci�n y obsesiva designaci�n que se deposita en cuanto a las formas, en un juego constante de ofertas sofisticadas, es capaz de provocar un poderoso extra�amiento, un percibirse "incorrecta". "gorda". "flaca", "vieja", en todas aquellas que osen comparase con la imagen propuesta. Les resta energ�a, aunque lo m�s horadante, es que les niega la propiedad sobre s� mismas, porque "tenerse" precisa de una primera aceptaci�n, sin dejar de lado los avances y retrocesos pertinentes, todo sirve para construirse. Un sujeto mujer debe desentumecerse de las imperfecciones, desembarazarse de la industria que se obstina en se�alarlas y, al mismo tiempo, ofrecerles cualquier remedio de efectos prodigiosos. Porque las faltas (no propias, sino creadas por el nuevo mercado) act�an a modo de obst�culos a la propia autodeterminaci�n, que si bien es una palabra instrumentada por los nacionalismos, en el caso de las mujeres parece urgente incluirla en nuestro vocabulario. Con un cuerpo fragmentado, la dinamita est� servida, la est�tica ha reemplazado la �tica, y trat�ndose de mujeres, la �tica de una misma es una cuesti�n inaplazable. Ser ciudadana, en el sentido cl�sico del t�rmino, es lo �nico que no debe pasarse de moda.


Soledad Murillo
Soci�loga-Directora de la C�tedra de G�nero de la Universidad de Salamanca



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