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De Louis Brown, la niña probeta, a Dolly, la oveja clónica
Verena Stolke, Antropóloga UAB

Hace veinte años nació Louise Brown, el primer ser humano concebido por fecundación in vitro (FIV) fuera del vientre de su madre. Su nacimiento fue celebrado como un hito en la ciencia y la medicina. Dos médicos británicos habían logrado fecundar óvulos y manipular embriones fuera del cuerpo de una mujer. La FIV inauguró la reprogenética, aquel campo de la medicina reproductiva que estudia y experimenta con los mecanismos genéticos, y con ello el hombre se dotó del poder de controlar su propio destino evolutivo.[1]

En cuanto técnica reproductiva la FIV se presentó como tratamiento para la infertilidad femenina. Al permitir la FIV en tales circunstancias la fecundación extra-corpórea, hizo posible que parejas satisficiesen su deseo por tener y criar hijos "de la propia sangre", a su propia imágen y semejanza, mediante una maternidad tecnológica al servicio de una paternidad biológica.

Se multiplicaron desde entonces las clínicas y los programas de FIV en particular en los países ricos, prueba de que hay una demanda constante por tener un hijo "propio". En 1994 se estimaba que habían nacido unos 150.000 mil niños por reproducción asistida, como ahora se denomina buenamente esta técnica. Son cifras modestas. Pero teniendo en cuenta que en el mejor de los casos dos de cada diez mujeres que se someten a una FIV pueden contar con llevarse un bebé a casa estos nacimientos encubran un número bastante mayor de clientas.

Sin embargo, mientras que la FIV reforzó la maternidad como destino y primera responsabilidad de las mujeres, hizo a la vez el papel de los hombres-padres más precario. A pesar de la mayor medicalización que las técnicas anticonceptivas y conceptivas comportan, dotaron asimismo al menos a las mujeres privilegiadas de un mayor poder de decisión reproductivo a medida que la paternidad biológica vinoo a depender en mayor grado de la buena voluntad de una mujer.

Pero, por otra parte, el típico ideal familiar biológico occidental fue pronto trastocado por las propias posibilidades reproductivas que la FIV ofreció ya que se puede realizar un fecundación con semen y/o óvulos donados y/o en un útero "préstado". Por cierto, había quienes opinaban que la fecundación por donante era adulterio y se plantearon complejas cuestiones jurídicas respecto a la maternidad, la paternidad y la legitimidad de la prole así concebida. No obstante, en todo este clamor destaca una persistente preocupación con la paternidad.[2]

Desde que nació Louise Brown la medicina reproductiva y la biotecnología avanzaron a marchas forzadas. De hecho, la FIV fue sólo un producto lateral del antiguo proyecto omnipotente del hombre occidental por conquistar los últimos secretos de la vida. Asi, en las últimas décadas el complejo genético-industrial multinacional - las grandes empresas farmacéuticas, los laboratorios biotecnológicos, los proyectos genómicos - han invertido fortísimas sumas en la experimentación embriológica que es requisito para la investigación biogenética y cuyo soporte técnico son las tecnologías reproductivas. Y la materia esencial para toda esa experimentación han sido y son óvulos, úteros, los cuerpos de hembras.

La biotecnología halló un remedio para las incertidumbres paternas en caso de fecundación por donación. En efecto, en febrero pasado había nacido una niña concebida mediante la combinación de dos técnicas de vanguardia: la congelación de un ovocito y su inseminación por un espermatozoide inyectado en el citoplasma. Esta nueva técnica denominada ICSI (inyección introcitoplásmica de esperma) significa que hombres con esperma anormal o sin espermatozoides maduros pueden procrear con tal de que dispongan de óvulos y de un útero. La rápida y amplia aceptación que tuvo la ICSI refleja no sólo una auténtica obsesión paterna sino, como bien señaló el geneticista francés Axel Kahn, "el poderoso avance social y psicológico actual de un deseo fanático por parte de los individuos no sólo de tener hijos sino de asegurar que esos hijos estén dotados de sus propios genes aun cuando se interponga el obstáculo de la infertilidad (...) caracteriza a la sociedad actual una creciente demanda por la herencia biológica, como si ésta fuese la única forma de herencia que merece tal nombre. Una razón es que la personalidad de los individuos, lamentablemente, se percibe cada vez más como determinada primordialmente por los genes".[3]

No debería sorprender que prospere la vieja convicción de que el destino de las personas está en sus genes en estos tiempos individualistas, competitivos, generadores de nuevas exclusiones socio-económicas y de un determinismo genético acentuado. Pero hay un aspecto que rara vez es reconocido y que técnicsas como la ICSI hacen más patentes, a saber, el importancia fundamental de los óvulos en la reproducción asistida. Prueba de ello es la feroz competencia entre clínicas de reproducción asistida por conseguir ovocitos. Así, de úteros complacientes las mujeres nos estamos convirtiendo en poseedoras de "óvulos de oro".[4]

Pero hay más. El acontecimiento sin duda más espectacular en materia reprogenética ha sido la creación por clonación de la célebre oveja Dolly. Los méritos médico-sanitarios, sociales y éticos de la clonación aplicada a humanos son controvertidos pero poca duda cabe que tarde o temprano se hará.

La novedad radical de la reproducción de mamíferos por clonación consiste en que el nacimiento se da sin cualquier suceso de fecundación, en palabras llanas, sin sexo. "Durante mucho tiempo", señalaba el geneticista Francois Jacob, "se intentó tener placer sin niños. Con la fecundación in vitro se tienen niños sin placer. Y ahora se han llegado a hacer niños sin placer y sin espermatozoides...".[5] En efecto, ahí está! En contraste con la FIV, la reproducción por clonación prescinde de la fecundación sexual que es un rasgo específico.

La alarma socio-ética que suscitó Dolly pronto cedió a poderosos argumentos opuestos a la prohibición de la clonación en humanos vistos los proclamados beneficios para curar enfermedades hereditarias, la producción de fármacos, de órganos para transplante, la ingeniería genética y ... para tratar la infertilidad en especial masculina que promete. En efecto, como advertía Kahn, un poderoso motivo para condonar la clonación en humanos podría ser justamente como tratamiento de la infertilidad masculina en casos cuando un hombre carece de esperma debido a una displasia o grave atrofia testicular ante ese fanático deseo de tener hijos genéticos.[6]

Raros son los que se pregunta, en cambio, acerca de cuáles serían las consecuencias en para las mujeres? Tanto mujeres como hombres podrían evidentemente servirse de la clonación. Pero, debido a la diferencia de sexo, el terreno en el que necesariamente tiene lugar la experimentación con la clonación son cuerpos de mujer. Los científicos estiman que un sólo clon humano exitoso exigiría al menos 60 mujeres como cobayas.[7] Sin embargo, el que la reprogenética y la clonación den destaque al valor reproductiva de las mujeres en cuanto portadoras de ovocitos y úteros puede acarretar consecuencias perversas. La contrapartida de este nuevo empoderamiento materno sería más control médico y control por obsecados padres potenciales.

Qué hacer ante esa avalancha de desarrollos biotecnológicos que en su momento inauguró Louise Brown? Se nos informa de células inmortales, de la clonación de tejidos para fines terapéuticos, de almacenar células de recién nacidos para la producción de órganos de recambio... Esos desarrollos de la biotecnología introducen un elemento de incertidumbre en el futuro. Opino que para ubicarnos en este mundo cada vez más complejo debemos al menos informarnos y situar esas inovaciones en su contexto socio-político. Qué duda cabe que el saber es manipulable? Pero sin un conocimiento sólido seremos impotentes.

Referencias:

[1] L.M. Silver, Vuelta al Edén. Más allá de la clonación en un mundo feliz, Madrid, Taurus, 1998, p. 109.
[2] Un ejemplo de las obsesiones paternas lo ofrece el caso espectacular de una niña concebida en Estados Unidos por encargo de una pareja infértil con esperma y óvulos donados y madurada en un vientre alquilado. Aún durante el embarazo el futuro padre por donación se arrepintió de la operación y se divorció de su mujer. Después prolongadas negociaciones juridicas sobre responsabilidades de cara a la niña, un juez declaró que nadie tenía la "paternidad" de ella. El País, 12 de septiembre de 1997.
[3] Axel Kahn, "Clone mammals - clone man?",, Nature, 385 (1997), pp.1-4.
[4] "Ovulos de oro", El País, 14 de diciembre de 1997, domingo, p. 10.
[5] F. Nodé-Langlois y M. Vigy, "Francois Jacob: 'Faire des enfants sans plaisire ni spermatozoide'", Le Figaro, 27 de febrero de 1997.
[6] Axel Kahn, op.cit.
[7] M. Ruiz de Elvira, M. Bayón, "Un solo clon exige 60 mujeres como cobayas", El País, 17 de enero de 1998, p. 26.

 

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