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El peso de los mitos sobre el sexo en las mujeres de mi edad
Susana Martí

El título es muy largo pero mi vida también lo es y me parece indispensable remontarme a los mitos para reflexionar sobre lo que ha sido la vida sexual de las mujeres que ya somos abuelas.

Si os cuento que mi noche de bodas no cumplió las expectativas, me quedaré corta, y no fui la única. En mi trabajo de campo para redactar este artículo he consultado con mujeres de diferentes características sociales y culturales y todas (excepto las que dijeron no recordar el día de autos) han coincidido en confesar que en el mejor de los casos su noche de bodas fue decepcionante.

Pasé mi noche de bodas en Montserrat (algo muy tradicional en las familias religiosas catalanas) para cumplir con el refrán �si vols estar ben casat, porta la dona a Montserrat� (�Si quieres estar bien casado lleva a tu esposa a Monserrat�). Aún no había cumplido 20 años y aunque mi marido me llevaba seis, para él era también la primera vez.

El camisón estilo Josefina Bonaparte con el pecho ceñido en un corpiño de guipur y organza hasta los pies, no fue una buena ayuda para que el novio ansioso cumpliese con su deber. No recuerdo lo que duró la expedición hasta el lugar preciso pero recuerdo que los mitos que habían alimentado mi imaginario sobre aquel momento brillaron por su ausencia y el estado en que quedó el tálamo nupcial era más parecido al lugar de un crimen que a un nido de amor.

Una mujer me contó que a ella le ocurrió algo parecido y que para acelerar el proceso intentó sacarse el camisón y que su esposo horrorizado le gritó: �no hagas esto, sólo las putas se desnudan completamente en la cama�

La experiencia sobre las relaciones sexuales que teníamos las mujeres entonces, cuando nos casábamos, se limitaba a lo que habíamos leído en novelas románticas y a lo que nos habían contado nuestras madres o hermanas mayores, la que tuviera esta suerte (a mi, mi madre no me contó nada y soy la mayor de cinco hermanos). Además, la enseñanza femenina estaba básicamente dirigida por monjas por lo que por regla general, en la clase de ciencias, el capítulo dedicado al aparato reproductivo solía pasarse por alto. La educación general estaba marcada por la moral religiosa en la que el sexo era un gran peligro llevado hasta la exageración.

El miedo al embarazo se nos inculcaba desde el día de nuestra primera menstruación sin explicarnos con exactitud los pormenores del coito lo que en muchas ocasiones provocaba situaciones de angustia, especialmente entre las más escrupulosas. La masturbación era un pecado inconfesable para nosotras aunque algunas creíamos que algo tan placentero nos acercaba más a los dioses que al demonio. Los besos en la boca también estaban en la lista de prohibiciones que iban encaminadas a protegernos de la fogosidad masculina. Sin embargo nadie me dijo lo que yo no debía hacer a los hombres y debo confesar que esta ignorancia, estimulada por mi sensualidad y mi enamoramiento, puso a mi novio en un serio aprieto más de una vez...

Desde entonces, desde aquella remota noche de bodas, he recorrido un camino muy largo. Durante mucho tiempo estuve esperando algo que (yo no lo sabía) no me podía llegar desde fuera, porque era algo que estaba en mi luchando por salir, esperando que yo le diera permiso. Descubrir que mi sensualidad es mía y que soy libre para disfrutarla sola o compartirla si me apetece, ha sido un trabajo que me ha llevado muchos años. Si alguien me hubiera contado, como se lo he explicado a mis hijas e hijos, que aquellas cosquillas, aquel vacío, que notas en el estómago, que te va bajando hasta llegar a los genitales, cuando alguien con quien te sientes bien te coge la mano o aprieta su cuerpo contra el tuyo mientras suena la música, es algo bueno y que debes sentirte feliz y agradecida de tener este don, y debes disfrutarlo, si yo lo hubiera sabido entonces, tal vez mi camino no habría sido tan largo.

Las mujeres de mi edad, especialmente las que nos casamos jóvenes, siguiendo el mismo mandato de nuestras madres y abuelas, cuando vimos que fuera de nuestros hogares el mundo cambiaba sin contar con nosotras, nos sentimos estafadas y este sentimiento nos hizo mas fuertes. Las más valientes y arriesgadas, entre pañales, trabajos domésticos y trabajos extras para ayudar a la economía familiar, leíamos libros sobre sexo para aprender lo que nos fue negado saber. Algunas tuvimos relaciones extramatrimoniales que nos ayudaron a descubrir el sexo libre y las más afortunadas pudimos instruir a nuestros maridos que eran tan ignorantes como nosotras y de esta forma disfrutar de nuestro cuerpo.

Mi relación con mujeres comprometidas con el feminismo, formar parte de grupos de reflexión para compartir experiencias y descubrir los propios deseos, me ha ayudado a vivir de forma consciente las dificultades, la pérdida de una hija, y también la felicidad de ver nacer a mis tres nietas y cuatro nietos.

Soy feliz de pertenecer al grupo de mujeres mayores que puede bañarse en �topless� delante de sus nietos sintiéndose orgullosa de su cuerpo de 64 años después de seis embarazos y una operación de cáncer que dividió mi vientre por la mitad. Me gusta llevar ropa de colores y lucir un escote generoso, me gusta que mi nieta me pida permiso para ver como me pongo crema en el cuerpo antes de ir a dormir y me hace sentir viva despertarme a media noche con un orgasmo. Pienso que nadie me ha regalado nada, pero ha valido la pena.

 

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