Mujeres y Salud - Revista de comunicación cientifica para mujeres
 
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Treintañeras: algunas contradicciones de la sexualidad
Maribel Blázquez, Enfermera

Las mujeres de treinta, como cualquier grupo de edad, aunamos grandes diferencias, y una gran diversidad de situaciones y trayectorias. Aunque resulta arriesgado definir algunas vivencias comunes que ayuden a comprender cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo y con nuestra sexualidad, puede ser necesaria esta explicitación para provocar diálogos y reflexiones.

Crecimos con la democracia, y eso nos ha llevado a que hayamos disfrutado de algunos derechos como la educación, cierta libertad y autonomía sobre nuestras vidas, cierta igualdad con nuestros coetáneos masculinos, aunque también la precariedad laboral y la asunción de dobles, triples roles. Sin embargo, existen otros derechos que no nos han sido transmitidos, concedidos o enseñados como el derecho al placer, a disfrutar y a conocer nuestro cuerpo, a la solidaridad entre mujeres, a subvertir los modelos tradicionales...

De esta forma, muchas de las que estamos en la treintena nos encontramos en una encrucijada, cargada de contradicciones, que vamos desliando en algunas zonas pero en otras preferimos seguir anudadas por los daños que el reconocimiento de ciertos sentimientos, deseos o expectativas vitales puedan hacernos. Estamos en una espiral que hace que según quien y cuando mire parezca que hemos avanzado o que seguimos siendo reproductoras de los mandatos patriarcales.

Vivimos nuestro cuerpo con cierta libertad, llevamos ropa ligera y ajustada, con escotes, transparencias, minifaldas,... ropas que exaltan nuestra feminidad, nuestros pechos, nuestras caderas y piernas; nos depilamos, nos maquillamos, cuidamos nuestra estética, para sentirnos a gusto con nosotras mismas. Pero no queremos ser tratadas como mujeres objeto, aunque vistamos como “muy mujeres”, no pretendemos que el otro masculino nos identifique por nuestro aspecto como aptas y disponibles o dispuestas para el sexo. Ensayamos que se nos trate como personas independientemente de nuestro sexo y de nuestra identificación y de estas prácticas acordes con un modelo de género femenino.

Queremos vivir la sexualidad con libertad y por eso tenemos, buscamos y deseamos relaciones ocasionales, encuentros sexuales, “somos promiscuas”, “infieles”, nos atrevemos a romper con el estereotipo de mujer pasiva, que no va al encuentro, que no sabe de “sexo”. Pero a la vez seguimos relacionando el sexo con lo afectivo, pensando que en una de esas ocasiones surgirá, sino nuestro príncipe azul, si por lo menos un compañero para la vida, que nos complete, que llene nuestra soledad. Esa soledad entendida como no tener pareja, se nos ha presentado como el peor de los destinos posibles, nunca se nos ha enseñado que podría ser una buena aliada y compañera en la vida.

Y en estas relaciones sexuales seguimos cargando con la responsabilidad de la prevención de embarazos y ETS, somos las que planteamos el uso del preservativo masculino y lo llevamos, si no tomamos la píldora, y como última estrategia para controlar algo más de esta área, estamos adaptándonos al preservativo femenino con sus imperfecciones y sus costes.

Hablamos de sexualidad. Ya nos empezaron a hablar en los colegios, a algunas de nosotras en las familias. Hablamos de sexo entre nosotras.

Superamos los miedos, las vergüenzas y los tabúes de tratar la sexualidad. Pero creo que seguimos siendo nosotras, las chicas, las que hablamos: los chicos heterosexuales siguen sin hablar entre ellos y con nosotras muy poco a poco. Nuestros amigos confidentes del otro sexo suelen ser gays, cuya masculinidad no es la tradicional, y todavía estamos lejos de hablar de la sexualidad con la espontaneidad y apertura con que lo hacen algunas amigas lesbianas.

Cuando conversamos y nos conversan sobre sexualidad vuelve a aparecer el discurso sanitario, biomédico, heterosexual, genitalista, reproductivista, que parte siempre de la vinculación con los genitales, con los órganos sexuales, sin entender el resto del cuerpo como un órgano sexual, sin abrirse a otras formas de sexualidad.

Perseguimos romper con la comprensión de la sexualidad limitada a los órganos sexuales, entendemos que la sexualidad es más, pero nos hemos socializado en el ámbito sanitario hablando de los órganos sexuales, distribuyendo material que trata de prácticas de riesgo, de embarazos no deseados, de infecciones de transmisión sexual, de la “falsa” o “verdadera” mayor vulnerabilidad de las mujeres.

Queremos olvidar la vivencia de la sexualidad como peligro, y recuperar el placer, pero los embarazos son una carga que sigue siendo no compartida, las interrupciones del embarazo son un laberinto burocrático, la píldora postcoital es sólo para las jóvenes, y encima... las infecciones de transmisión sexual. Las condiciones para otra forma de sexualidad son muy limitadas, por no hablar de las ideologías que no nos permiten otras experiencias y sentimientos.

Pretendemos romper con la sexualidad coitocéntrica, recuperando y/o probando otras prácticas. Pero ¿cómo podemos reconocer como feministas el sexo anal que responde a un deseo masculino de penetración? ¿Cómo legitimar otras prácticas como el sadomasoquismo dónde se viven experiencias de dominio aunque sean consensuadas? ¿Hasta qué punto el sexo tradicional o vaginal no esta calculado y pautado por un orden masculino?

Deseamos ser disidentes de la heterosexualidad normativa, que entiende que el único objeto de deseo y placer es el otro sexo/género, sin recoger que la sexualidad es más amplia, se produce en relación y también con una misma. De forma que nuestra identidad de género, nuestra orientación sexual, son itinerarios móviles que varían según las posiciones, las vivencias...

Nos negamos a ser sancionadas, estigmatizadas, por nuestro aspecto, por nuestros deseos, por nuestras prácticas, por nuestras manifestaciones, ni por las propias mujeres ni por los hombres. Buscamos la sororidad entre mujeres y con aquellos hombres que están en el camino del cambio.

Queremos ser sujetas libres que juegan con su aspecto físico, pero nos maltratamos el cuerpo para estar más a gusto con nosotras mediante depilaciones, tatuajes, perforaciones, operaciones. Mujeres para las que el sujetador no es un signo de opresión, que tienen deseos y relaciones “carnales” con el primero que llega, o con un desconocido, o con un compañero del trabajo independientemente de su estado civil o situación de pareja. Y todo esto sin que por ello seamos denostadas, ni se crea que estemos utilizando nuestras cualidades para el ascenso profesional, ni que seamos menos o peores madres, profesionales o mujeres. Debemos superar las clasificaciones de las mujeres que van del modelo de madre al de puta, entendiendo que hay muchas posiciones intermedias en las que nos situamos a lo largo de nuestra vida, y que pueden suponer un mayor empoderamiento para algunas mujeres o revertir las visiones tradicionales de las feminida

No sigamos juzgando y depositando sobre las mujeres la responsabilidad de la sexualidad del otro, del control. Permitamos pequeños espacios de anarquía consensuada entre sus protagonistas, que somos nosotras, pequeños espacios dónde vivamos intentando superar estas contradicciones.

Somos mujeres que intentamos conciliar nuestras acciones vitales con nuestros deseos, con nuestro trabajo, con nuestros grupos de referencia, con nuestras criaturas, y con nuestras ideologías (feminista entre otras), con nuestra vida personal. Y para ello la disidencia nos ha permitido crear razones nuevas, diversidad de sujetas y otros sentidos que permitan ver a las mujeres como muchas, distintas, diversas y singulares.

Se trataría, pues, de trastocar el orden del mundo patriarcal, derribar sus estructuras, desmantelar sus relaciones jerárquicas y esta revolución también debe ocurrir en las personas mismas, en la subjetividad de las mujeres, tanto en su interior como en su vida cotidiana.

 

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